Hacía bastantes días que no publicábamos una entrada de Cantera Rock Camp. Hoy le toca el turno a un grupo madrileño con llegó a tener pleno de ex-acampados en sus filas. Estamos hablando de Serke, Joni, Edu, Kash y su proyecto Sacred Wolves.
Sacred Wolves es una banda de hard rock y stoner, formada en 2016 en Madrid, con diversas influencias (blues, grunge, punk, metal). Con un directo agresivo y contundente, formados en el underground más puro, dos maquetas autoproducidas a sus espaldas y una puesta en escena que no pasa desapercibida, consiguen transportar al público lejos de los estándares comerciales cotidianos de los que es difícil huir hoy en día.
Calificados más de una vez como anacrónicos (en el mejor de los sentidos), su sólida base rítmica, guitarras potentes y voces rasgadas, la fuerza e integridad de sus actuaciones, todo ello envuelto en una estética sombría, nos invitan a vivir una experiencia en directo que merece la pena repetir. Para cualquier amante del rock, este es un grupo cuya trayectoria se debe seguir.
La formación original del grupo (antes conocido como Pinipples) estaba compuesta por Kash (voz y guitarra), Joni (guitarra y coros), Serke (bajo y coros) y Edu (batería). No fue hasta 2016 que Serke, tras mucha deliberación, anunció su retirada de la banda para centrar su energía en su carrera. A día de hoy, sigue siendo un visitante regular del local y la amistad no ha disminuido ni un ápice. A los mandos de las cuatro cuerdas entró Santi, y con él vino el cambio de nombre, pasando la banda de ser Pinipples a ser Sacred Wolves.
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EL PASO DE LA BANDA POR ROCK CAMP:
-Años de asistencia como acampados.
En 2011 fuimos al campamento Serke, Joni, Edu y Kash. Por diferentes circunstancias, el único que tuvo la oportunidad de volver al año siguiente fue Serke, continuó yendo como acampado hasta que cumplió los 18. En 2014, se sacó el título de monitor y habló con Kash para ir de prácticas ese mismo año, que no lo dudó ni un segundo. Serke además ha vuelto al campamento como monitor en 2017 y 2018.
-¿Qué recuerdas del campamento?
Rock Camp no es un campamento fácil de olvidar. Los despertares musicales, las veladas, el mantra de la piscina (”bañador, chanclas y toalla!”), las clases de sonido, historia del rock, las jams… Todo eso queda grabado a fuego, quieras o no. Pero lo que recordamos con más cariño, diría yo, es la primera vez.
El año que fuimos por primera vez (2011), llegamos a Sotolengo como cuatro amigos que acababan de empezar a tocar juntos, incentivados por el consejo de Serke, que había encontrado un anuncio sobre el campa y nos lo había hecho saber al momento. Ninguno llevábamos grandes expectativas, todos habíamos probado en más de una ocasión la experiencia de irnos de campamento (por separado, a diferentes campas) y no esperábamos más que 11 días de desconexión y algo de diversión campestre. Imagina nuestro gozo cuando descubrimos un lugar lleno de magia, a rebosar de gente con nuestros mismos intereses y con tanta pasión por el rock como nosotros. Cuando nos preguntan, no podemos hablar de Rock Camp utilizando solo la palabra “campamento”. La palabra “familia” nunca falta en nuestro discurso. Esto puede sonar tópico, e incluso a marketing, pero realmente no encontramos manera de expresarlo mejor. A día de hoy (8 años después de nuestra primera visita) seguimos manteniendo relación con amigos que hicimos el primer día. Mucha gente no se lo cree hasta que lo prueba, e incluso al probarlo, no concibe como es posible generar una conexión tan potente con tanta gente en tan poco tiempo.
-¿Qué te aportó el campamento?
Como contaba antes, llegamos al campamento como cuatro amigos que tocaban juntos para pasar el rato. Cuando volvimos a casa después de Rock Camp, teníamos más que claro que acabábamos de descubrir nuestro camino. La música siempre había sido nuestro hobby, nuestro entretenimiento…pero ahora se había convertido en nuestra meta.
Nuestra primera actuación como banda fue en la Free Jam. Teníamos una canción que acabábamos de componer y nos animamos a probarla. Ese fue el momento en el que lo vimos. De alguna manera conectábamos. Nos entendíamos con una mirada, disfrutábamos como enanos, y, por lo que parecía, la gente tampoco se lo pasaba mal.
Llegamos al campamento como cuatro colegas y salimos de allí como una piña.
Nos dimos cuenta del poder de unión que tiene la música, hicimos amigos que perduran hasta hoy, encontramos nuestra pasión y vivimos una experiencia inolvidable que, sin duda, repetiríamos una y otra vez.