Cuando Pearl Jam no era Pearl Jam, cuando Soundgarden aún no eran lo que llegaron a ser, apareció Temple of the Dog. Todo aficionado al rock DEBE conocer la triste historia de la génesis de Temple of the Dog. Érase una vez un grupo destinado a petarlo en la escena rockera norteamericana: Mother Love Bone. Lo tenían todo: buenas canciones, actitud, un contrato discográfico suculento y un cantante con todo el carisma que os podáis imaginar, Andrew Wood. Sin embargo, apenas dos días después de que saliera a la calle su disco debut, Andy moría de una sobredosis. Poco tiempo después, su antiguo compañero de piso quiso grabar unas canciones en homenaje a su amigo, para lo que reclutó al bajista y al guitarrista de Mother Love Bone (Jeff Ament y Stone Gossard), al batería de su grupo (Matt Cameron), a un antiguo conocido de todos para completar las guitarras (Mike McCready) y a un chico tímido de San Diego que acababa de llegar a Seattle (Eddie Vedder) para cantar en la banda de los dos primeros. Ese compañero de piso se llamaba Chris Cornell. Y el resto, como se dice siempre, es historia.
Si bien esta historia, perfectamente contada en el documental “Pearl Jam Twenty”, puede quedar relegada a un ámbito menor destinado a encumbrar lo que estaba por llegar, no debemos despreciar el disco de Temple of the Dog o considerarlo algo menor. De entrada, es un discazo de principio a fin, donde se percibe más la influencia setentera zepeliana o psicodélica (ese solo de “Reach Down”, ese solo) que todos los músicos atesoraban aunque no la dejaran entrever tanto en sus trabajos. Y continuando, es un canto triste a lo que puede salir de la muerte, no tanto por lo que nos deja atrás, sino por esa ausencia del futuro, esa falta de lo que nunca podrá ser, esa nostalgia por el vacío que hallamos frente a nosotros. Dadle una oportunidad.
Bonus: por si tenéis curiosidad, esto era Mother Love Bone:
Entrada realizada por Fran García Crespo, Monitor de Rock Camp.