Escuchando por fin el primer disco de Carlos Tarque en solitario, llamado tanto la banda como el disco con su apellido, me venía a la memoria una frase que le escuché a mi abuela hace muchos años: “Al final, siempre queremos volver a casa”. Y eso es exactamente lo que ha hecho nuestro amigo Carlos.
Aunque todos le conocemos como el vocalista de M-Clan, hay que entender la figura de Carlos Tarque con todos sus lados y aristas, entendiendo que el Clan de los Murciélagos alcanzó el éxito masivo con el que probablemente sea su disco más flojo, y que han mutado en más de una ocasión para poder sobrevivir y permanecer, hasta el momento actual en el que han trascendido como una de las bandas más importantes del rock en castellano de nuestro país. Y en medio de todo esto siempre ha estado Tarque, rodeándose de grandes músicos como Santi Campillo para su etapa más de rock sureña a lo Black Crowes, o de Carlos Raya, que ayuda a la banda a resucitar y alcanzar la madurez con esa maravillosa trilogía que es “Sopa Fría” (2004), “Memorias de un Espantapájaros” (2008) y “Para no ver el Final” (2010). Precisamente con Raya ha contado ahora que por fin se ha animado a hacer un disco de blues-rock sententero, su primer amor. Y además se han subido al barco Chapo González y Coki Giménez, el mejor bajista y batería que han llevado jamás M-Clan.
Pero banda aparte, lo que vemos aquí es un concepto claro y unas canciones sencillas, directas pero que entroncan con la razón por la que muchos hacemos rock: porque nos late de dentro. Tarque (con la inestimable ayuda de Raya, ya que este es un rock de guitarras) ha parido un disco en el que se reconcilia plenamente con su juventud, con ese chaval que escuchaba vinilos de Led Zeppelin y Motörhead con 15 años en la Murcia donde creció. Escuchándolo con calma percibes a Paul Rodgers, Joe Cocker (la escuela de cantantes de blues-rock ingleses es maravillosa), Deep Purple o Humble Pie, y ha podido quedar tranquilo porque la colección de canciones no funciona solamente como homenaje de una gran época, sino que también suenan válidos en un contexto como el actual. Esto pasa también con las letras: Tarque no ha sido nunca un poeta de primera línea, pero es innegable que lo que le puede faltar de pluma le sobra de visión: revisa los clichés del rock and roll con gracia, pero no es para nada un mero corta-pega sino que los renueva.
El disco empieza como un tiro, enlazando 5 pepinazos que han salido de single: “Bailo” es el más, como su propio nombre indica, bailable; “Ahora y en la Hora” es un temazo de rock pesado y tosco que recuerda a unos The Black Keys cabreados; “Heartbreaker” es acedecera a más no poder, “Donde Nace el Rock and Roll” es juguetona y divertida en su riff y mi favorita, “El Diablo me Acompañará”, nos lleva a unos Led Zeppelin maduros y pesados. “Lobo Solitario” nos remeda las guitarras de Hendrix cuando se calmaba y hacía los mejores medio tiempos de los 60; “Juicio final” nos marca el paso con su ritmo de espiritual de blues, y acto seguido el pop inglés setentero (recordad que todos estamos influenciados por los Kinks, esto es así) de “Janis, Amy, Billie” rinde homenaje a las mujeres con las voces más emocionantes de nuestra música. “Electroshock” levanta el vuelo otra vez hacia el rock y el final de “Cactus en el Corazón” es perfecto: empieza ocultando sus armas al oyente, subiendo cadencias poco a poco hasta que explota en el estribillo y acaba entre una maravillosa maraña de riffs de guitarra, golpes de bajo y baquetas rotas arañando los platos que huele a local de ensayo, el sitio donde todos empezamos. Charlie ha vuelto a casa, así que disfrutemos del finde en familia que es este disco.
Entrada realizada por Fran García Crespo, Monitor de Rock Camp.
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