Hoy os contamos una historia digna de las mejores clases de Historia del Rock: cómo nació, casi por accidente, la distorsión en el rock and roll. Hoy reivindicamos a Dave Davies, a sus Kinks y a una cuchilla de afeitar.
Como todos sabemos, al principio del todo, estaban los Beatles y los Stones. Sólo que ni era el principio del todo, ni estaban solos. Había infinidad de grupos que llevaban tiempo adaptando al gusto inglés los sonidos que venían de contrabando en barcos a los puertos de Liverpool. Las sonoridades del blues de sellos como Chess Records o Sun Records llevaron a jóvenes ingleses a coger una guitarra y poner melodías a sus ansias adolescentes de algo más.
Entre estos jóvenes estaban los hermanos Davies, Ray y Dave. Nacidos y crecidos en una familia numerosa en el barrio de Muswell Hill, formaron con sus The Kinks un grupo que siempre estuvo a rebufo de otros nombres, pero que facturó algunos de los mejores álbumes de los 60 y 70, siendo los más “British” de todos ellos (pincha aquí para conocer a The Kinks).
Ray era el genio compositor, el observador tranquilo que hablaba de aquello que veía con afilada lengua y atinados razonamientos, pero hoy queremos hablar de Dave. Era el hermano más joven, y entre ambos había una competición furiosa por demostrarse el uno al otro su validez. Dave tenía la rabia y la chulería de la que su hermano carecía, pero al no ser el cantante principal creía que estaba siendo relegado en el grupo. Quiso así experimentar con el sonido que su equipo podía ofrecer, con la intención de hacer algo nuevo, potente, sexy. Así que compró un amplificador verde y pequeño, que apenas le costó 6 libras, y lo conectó a los componentes que ya tenía en casa: una radiogramola, un Linear y un Vox AC30. Al primer intento el sonido fue brutal, pero también fue brutal la descarga de electricidad que sufrió su cuerpo. Saltaron los plomos y casi se queda en el intento. Por suerte sobrevivió. Y donde otros se habrían asustado y desistido, el carácter cabezota del pequeño de los Davies prevaleció, localizando donde se había provocado el cortocircuito y arreglándolo. De nuevo volvió a tocar la guitarra conectada a todo, pero aunque sonó potente, no era tan genial como la vez del cortocircuito. Así que agarró una cuchilla de afeitar y rasgó la rejilla del altavoz, haciendo que al tocar la guitarra la membrana vibrara provocando una distorsión deliciosa. A ese sonido solo hizo falta juntarlo con uno de los riffs más secos, directos y afilados que ha dado el rock. Y el resto es Historia.
Para aquellos que quieran saber más de esta historia y este grupazo, os volvemos a recomendar encarecidamente «Atardecer en Waterloo», biografía completísima de The Kinks escrita por nuestro amigo Manuel Recio e Iñaki García Galera de la que ya os hablamos en este Blog (lee aquí nuestra reseña) y que presentaron en nuestro campamento (pincha aquí para recordar ese día).
Entrada realizada por Fran García Crespo, Monitor de Rock Camp.
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