¡Hola de nuevo! Aquí estamos otra vez en esta serie de entradas dedicadas a la historia de la grabación de sonido. Esta vez retrocedemos un paso ya que Javi Miralles, el editor del Blog se saltó este episodio VII: la aparición el Home Studio y publicó hace un par de días el episodio VIII. Pero todo tiene solución. Al lío.
Últimamente habíamos visto cómo los ordenadores y la grabación digital tomaban el control de los estudios, dejando atrás tecnologías anteriores. La siguiente vuelta de tuerca vino por medio del ordenador personal. Cada vez era más accesible el tener una máquina competente en casa, y la escalada de potencia en estos equipos era exponencial, cada vez mejores procesadores, discos y memorias más rápidos y una capacidad de trabajo superior.
Con esto surgieron los primeros DAW “autónomos”, que a diferencia de sus predecesores no requerían delegar su capacidad de proceso en tarjetas DSP para funcionar, abaratando tremendamente los costes del software y los equipos asociados. El pionero fue el primer “Cubase” un software que en la actualidad sigue muy vigente y seguro que a alguno os suena.
Aún así hacía falta comunicar el mundo real y analógico con el ordenador para poder grabar, y esto se consiguió a través de las cada vez más populares “interfaces de audio”, un aparato todo en uno conectado normalmente por USB o Firewire y encargado de convertir las señales analógicas de los micrófonos a señales digitales que el ordenador y el software podían interpretar, y devolverlas después al mundo analógico para ser escuchadas en unos altavoces de estudio.
Con el paso de los años la técnica avanzaba imparable y las interfaces sencillas alcanzaron unos precios muy asequibles con una calidad que años antes ni se hubiese soñado. Gracias a esto muchos creadores que no tenían oportunidad en la industria musical pudieron acceder a grabar de forma fácil en su casa, ayudados de los primeros instrumentos virtuales: simulaciones digitales que aparecieron imitando el sonido de instrumentos a los que no era fácil acceder y que se controlaban mediante protocolo MIDI con un simple teclado.
Así la grabación se “democratizó” y toda esta nueva masa de “músicos de habitación” entró en el juego, y gracias a la creciente popularidad de internet empezaron a grabar, compartir, publicar y vender su contenido al margen de las grandes discográficas y estudios, que reaccionaron con temor al ver que su imperio se estaba desmontando poco a poco.
La culpa como sucede a menudo recayó en el mensajero, e internet fue señalada como responsable de la caída de ventas del CD, cuando en realidad estaba en marcha un proceso imparable por el cual la música se crea y comparte de una forma mucho más libre y menos exclusiva. Esto lógicamente tiene sus pros y sus contras, pero esa historia la trataremos en la siguiente (y salvo que me enrolle demasiado última) entrega de esta serie. ¡Hasta entonces!
Entrada realizada por Pablo Giral, Monitor de Rock Camp.